Prócer de la Patria y Visionario Geopolítico Chileno
Al conmemorarse hoy el 247 aniversario del natalicio de Bernardo O’Higgins Riquelme, es necesario generar un alto en la jornada y revisar su historia y logros. Nacido en Chillán el 20 de agosto de 1778, es una de las figuras centrales en la historia de Chile y conocido como uno de los padres de la patria. Hijo del entonces Gobernador de Chile, el irlandés Ambrosio O’Higgins, y de la chilena Isabel Riquelme, su infancia estuvo marcada por la complejidad de su origen (respecto de su padre) y la separación de su madre, lo que influyó en su carácter y su perspectiva sobre la justicia y la libertad.
Durante sus primeros años, O’Higgins estudió en Chillán, luego en Lima, para posteriormente desplazarse a Inglaterra, a estudiar en la Clarence House, una escuela católica en Richmond, en las afueras de Londres, donde recibió una formación diversa que incluyó inglés, literatura francesa, dibujo, historia, geografía, música y manejo de las armas. Ahí también fue su profesor de matemáticas Francisco de Miranda, una figura fundamental en su formación ideológica. A su regreso a Chile, se involucró en la vida política y social de su país, convirtiéndose en un ferviente defensor de la causa independentista.
Su relevancia en la historia de Chile es indiscutible: lideró las tropas patriotas en la batalla de Rancagua y fue el primer Director Supremo de la República, impulsando reformas esenciales para la construcción del nuevo Estado, creador del Ejército y la Armada de Chile independiente. Su visión de un Chile libre y soberano ha dejado una huella profunda en la identidad nacional. Al conmemorarse un nuevo natalicio de O’Higgins, recordamos tanto su legado militar y político, como su visión respecto del futuro de Chile.
No obstante, nuestro Padre de la Patria no solo lideró la independencia de Chile, sino que también, con una gran visión de futuro, instaló la idea de que nuestro país debía mirar y habitar su extremo austral y antártico. Esa visión continental, marítima y austral (constitucional, epistolar y estratégica) sirvió de hoja de ruta para la toma de posesión de tierras patagónicas y del Estrecho de Magallanes en 1843 y, desde el siglo XX, con la presencia efectiva de nuestro país en la Antártica. Durante su gobierno se promulgó la Constitución de 1822, que fijó a Chile extendiéndose hasta el Cabo de Hornos, que sirvió de base para otras constituciones, señal de que el Estado debía afirmar soberanía efectiva en los territorios australes.
Sin embargo, a pesar de haber dirigido la independencia de Chile, O’Higgins enfrentó una fuerte oposición política interna debido a su estilo de gobierno centralista y las dificultades económicas y sociales del país. Así, el 28 de enero de 1823 abdicó del cargo de Director Supremo, en medio de fuertes presiones de los opositores. Pocos meses después, se exilió voluntariamente en Perú, estableciéndose en Lima y Cañete, donde residió hasta su muerte en 1842.
Pero residir en el extranjero no minó el vínculo con su Patria. Desde Perú, seguía pensando en Chile de manera estratégica, adelantado a su tiempo y a muchos líderes de la época. Así, se evidencia en la carta que el 24 de octubre de 1830 dirigió al General Joaquín Prieto. Una parte significativa de la misma se refería a la integración de los pueblos indígenas de la Patagonia y la Tierra del Fuego en la vida civilizada de la República. O’Higgins tenía un gran conocimiento de las comunidades que residían en los territorios patagónicos, a quienes consideraba tan chilenos como a los del Chile central. Diversos estudios y compilaciones epistolares muestran que, ya desterrado, O’Higgins insistía en colonizar el sur y asegurar la llave marítima del Pacífico vía Estrecho de Magallanes. La idea obedecía a una estrategia: asegurar las rutas marítimas del sur contra la reconquista española y desalentar a los corsarios extranjeros, colonizar la Patagonia y reclamar las tierras polares, que estaban en proceso de avistamiento por las grandes potencias a principios del siglo XIX, lo que le preocupaba, porque consideraba dichos territorios como chilenos.
Así, en una carta de 1831 de O’Higgins al capitán Coghlan, miembro de la Marina Británica, nuestro prócer describe a «Chile viejo y nuevo» extendido hasta las islas Shetland del Sur, lo que implica que concebía las islas antárticas dentro de la proyección chilena. En esa misiva, O’Higgins incorporó un documento, el «Bosquejo comparativo de
las ventajas naturales y de otra especie que poseen los Estados Unidos y Chile, respectivamente, para constituir una potencia marítima de primera clase en el Nuevo Mundo», que inicia estableciendo la demarcación territorial del país de manera clara y precisa: «Chile viejo y nuevo se extiende en el Pacífico desde la Bahía de Mejillones hasta Nueva Shetland del Sur en latitud 65º sur, y en el Atlántico desde la Península de San José en latitud 42º hasta Nueva Shetland del Sur, o sea 23º que añadidos a 42º en el Pacífico hacen 65º o sea 3.900 millas geográficas, con una superabundancia de excelentes puertos en ambos océanos y todos ellos salubres en todas las estaciones». Y al final, concluye: «Tampoco hay en toda la Unión una sola posición que pueda llamarse la llave del Atlántico o del Pacífico, mientras que Chile posee evidentemente la llave del Atlántico desde el grado 30 de latitud sur hasta el Polo Antártico, y la de todo el gran Pacífico». Afirmaciones admirables para su época, que subrayan la gran figura del estadista que las propuso.
«Esta carta es decisiva ya que, fechada en 1831, mostró la integración al Chile viejo como lo mencionaba, de las islas Shetland del Sur o Chile “nuevo”, ubicadas en la península Antártica, comprendiéndose que estas se encontraban dentro de las recientes zonas descubiertas por los exploradores europeos, quienes las habían reconocido con claridad desde la década de 1820. Al mostrar dicha integración también resaltaba las enormes cualidades que poseía Chile en ambos océanos –ya que hizo la corrección y mencionó la península San José en el Atlántico, es decir, en la Patagonia propiamente tal– y como este potencial podía ser aprovechado en los excelentes puertos que se hallaban en ambas costas sudamericanas. (…) La Antártica por lo tanto se entendía como extensión de los derechos propios de Chile hacia el Polo Sur, como también se había comprendido durante la Conquista y Colonia, en donde los territorios continentales entregaban la proyección necesaria. O’Higgins insistió en dichas visiones con variados personajes, como Manuel Bulnes, quien llegó a la presidencia de la república en 1842 y con el ministro Irarrázaval, a quien le insistió en sus preocupaciones en torno a los destinos de las zonas australes-antárticas, es decir, los territorios comprendidos desde Magallanes hasta el sur, solamente dos meses antes de su muerte, en octubre de ese año, en donde señalaba la importancia de la comunicación, por medio de la construcción de un vapor que pudiese realizar los viajes necesarios en esa parte del continente americano» (Espinoza & Valdivia , 2024).
La creciente importancia atribuida por O’Higgins a la ocupación chilena de las regiones patagónicas, junto con las preocupaciones recibidas de Europa respecto a potenciales ocupaciones territoriales de territorio chileno por las potencias de la época, le impulsaron a seguir redactando cartas desde Perú a las autoridades de Chile. Así, en julio de 1842, le escribió al General Bulnes, entonces Presidente de la República, subrayando la urgente necesidad de poblar los territorios australes. También en dicho año, nuestro ilustre prócer remitió una misiva al Ministro de Relaciones Exteriores de aquel entonces, en la que entregó todos los antecedentes y documentos relacionados con sus variados proyectos, reiterando la imperiosa necesidad de tomar posesión del Estrecho de Magallanes y sus territorios adyacentes. Tanto el Presidente Bulnes como el Ministro de Relaciones Exteriores proporcionaron una respuesta a O’Higgins, informándole sobre la organización reciente de la expedición que se desplegaría a Magallanes. Qué gran satisfacción habría experimentado el veterano militar al recibir dichas noticias, lo que lo animó a seguir pensando en Chile hasta su deceso. En el instante final, expresó con el último suspiro: ¡Magallanes!
«¡Admirable vida la del héroe! Las múltiples facetas de su extraordinaria existencia no hacen sino engrandecer el porte colosal de su figura: libertador de pueblos, militar disciplinado y heroico, gobernante probo, desinteresado y laborioso, y, al fin, estadista de excepcional visión, cualidades todas que le han hecho merecedor de la gratitud y al honor eternos de todos sus conciudadanos» (Martinic, 1971).
Conclusiones
La vida y obra de Bernardo O’Higgins trascienden con creces el ámbito militar y político, consolidándolo como un visionario estadista y geopolítico cuya mirada se proyectó más allá de la independencia inmediata de Chile. No solo consolidó las bases institucionales del nuevo Estado, sino que también delineó, con claridad y anticipación, la importancia de la proyección territorial hacia el sur y la Antártica, entendiendo estos espacios como parte inseparable de la soberanía nacional. Su insistencia en poblar, defender y proyectar Chile hacia los extremos australes revela una comprensión estratégica que lo sitúa entre los estadistas más notables de su tiempo.
El ideario O’higginiano, expresado en sus cartas, proyectos y acciones, no fue únicamente un legado histórico, sino una hoja de ruta que se materializó en la toma de posesión del Estrecho de Magallanes, tierras patagónicas y la presencia chilena en la Antártica, hitos fundamentales para el desarrollo y seguridad del país. En su figura se conjugan el héroe libertador, el gobernante reformador y el estadista de mirada universal, cualidades que hacen de O’Higgins un referente permanente en la construcción de la identidad y el destino de Chile. Recordarlo cada 20 de agosto es reafirmar que su legado sigue iluminando los desafíos geopolíticos y estratégicos de la nación.