Centro de Estudios de la Academia de Guerra

Estados Unidos y Venezuela

Estamos en una época convulsa: además de las guerras declaradas en Gaza y Ucrania, tenemos guerras que pasan casi desapercibidas para los grandes medios, como las de Sudán y Etiopía; situaciones de paz que penden de un hilo, como la crisis entre Israel e Irán o la de China y Taiwán; desórdenes sociales en aumento, como las marchas de los ingleses contra la inmigración ilegal o las protestas casi simultáneas de la generación Z en lugares tan dispares como Nepal y Perú. Sin embargo, a pesar de todo ello, el precio del petróleo se mantiene relativamente estable, con fluctuaciones diarias menores, pero sin tendencias de volatilidad extrema (LiteFinance, 2025) y los futuros bursátiles se disparan ante el último estallido de euforia por la IA en medio de la turbulencia política-bélica mundial (ZeroHedge, 2025). Una de las muchas realidades conflictivas que se manifiestan hoy en día a nivel global es la confrontación entre Estados Unidos (EE.UU.) y Venezuela, particularmente importante, tanto para el mundo como para América Latina, como veremos en este Observatorio[1].

Grave escalamiento de la crisis entre EE.UU. y Venezuela

Desde el 1 de septiembre EE.UU. ha estado bombardeando embarcaciones que supuestamente transportaban drogas desde las costas venezolanas. En relación con ello, el presidente Trump ha sido criticado por presuntas violaciones del derecho internacional, ya que se argumenta que los ataques podrían constituir bombardeos ilegales en aguas internacionales o contra civiles sin pruebas suficientes (Atlantic Council, 2025). No obstante, la Administración Trump defiende dichas acciones como «operaciones antinarcóticos legítimas» contra «combatientes ilegales» vinculados a cárteles de drogas. Estas acciones se han llevado a cabo contra «barcos de drogas» en aguas internacionales, no contra Venezuela directamente, y están amparadas por las leyes nacionales de EE.UU. De hecho, Trump ha invocado la designación de los cárteles como «organizaciones terroristas» para respaldar su legalidad bajo los marcos antiterroristas estadounidenses. Además, notificó al Congreso la existencia de un «conflicto armado no internacional» con los cárteles, lo que le permitió evitar los requisitos de una autorización de «guerra completa» por parte del Congreso (Al Jazeera, 2025).

[1] En este Observatorio sólo nos referiremos a los hechos de las últimas semanas. Para ver información anterior, acceda al Informe de Observatorio de nuestro Centro, titulado «La lucha contra el narcotráfico: Tensiones actuales entre Estados Unidos y Venezuela»: https://www.ceeag.cl/la-lucha-contra-el-narcotrafico/

Figura N°1 Mapa del Arrecife Scarborough en el Mar de China Meridional. Nota: Reuters (2025).

En cuanto a la parte venezolana, el 11 de septiembre el presidente Maduro declaró la preparación para un «estado de conmoción exterior», junto con la movilización de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y milicias, y el 29 de septiembre firmó el correspondiente decreto.

Fuerzas militares

En el contexto de la crisis actual, los medios militares de EE.UU. y Venezuela reflejan una asimetría significativa: EE.UU. despliega fuerzas navales y aéreas avanzadas en el Caribe para operaciones antinarcóticos y presión estratégica, mientras que Venezuela se centra en una defensa territorial asimétrica, basada en milicias y sistemas de defensa aérea rusos, aunque con severas limitaciones en materia de mantenimiento y sanciones. Según expertos, citados por una agencia francesa de noticias, «con un ejército indisciplinado y un arsenal obsoleto, Venezuela se encontraría en una grave desventaja en caso de una invasión estadounidense» (France24, 2025).

Los principales activos estadounidenses son, en cuanto a su fuerza naval (Newsweek, 2025), ocho a diez buques de guerra, incluyendo destructores guiados Arleigh Burke, un crucero guiado USS Lake Erie (con misiles Tomahawk y SM-2), un buque de combate litoral USS Minneapolis-Saint Paul, y buques anfibios.

Figura N°2 De adelante hacia atrás: el buque de asalto anfibio clase Wasp USS Iwo Jima, el destructor lanzamisiles guiados clase Arleigh Burke USS Gonzalez y el buque de transporte anfibio clase San Antonio USS Fort Lauderdale Nota:Newsweek (2025).

También, un submarino de ataque nuclear rápido (USS Newport News, clase Los Angeles). Por parte de la fuerza aérea (The New York Times, 2025), al menos 10 cazas F-35 stealth; aviones de vigilancia P-8 Poseidon y P-3 Orion; helicópteros, V-22 Ospreys y drones MQ-9 Reaper. A todo lo anterior hay que agregar «otras capacidades», como fuerzas especiales de operaciones para posibles incursiones y el buque especial MV Ocean Trader para misiones encubiertas.

En cuanto a los medios militares venezolanos, la FANB está rankeada en el puesto 50 global en 2025 (Global Firepower 2025, 2025), con unos 123.000 a 150.000 efectivos activos, 8.000 reservistas y una milicia de hasta 220.000 miembros (aunque Maduro reclama entre 4 y 4,5 millones movilizados). Los datos de la cantidad exacta operativa son inciertos por problemas económicos que afectan el mantenimiento y los repuestos. Así, sólo como referencia, la fuerza terrestre y milicias cuentan con tanques rusos T-72 (unos 92 reportados) y blindados varios, además de tanques AMX-30 franceses (Russia Beyond, 2021). Por su lado, la fuerza aérea opera alrededor de 21 cazas rusos Su-30MK2, equipados con misiles antibuque Kh-31 (CNN, 2025). Poseen también cazas F-16 de fabricación estadounidense, con un reducido número de ejemplares en vuelo, estimándose alrededor de tres operativos (Defensa, 2020). En defensa aérea, cuentan con sistemas S-300 de largo alcance (alrededor de 12 baterías), BUK-M2E mediano alcance, Pechora (S-125) y misiles portátiles Igla-S, todos de fabricación rusa (BBC, 2020). La Armada venezolana, por su parte, es muy modesta. Posee, entre otros activos, lanchas patrulleras (alrededor de 25), una fragata activa y varios buques de apoyo (GlobalMilitary, 2025).

Peligros latentes

China

Las operaciones militares estadounidenses también se conciben como una estrategia para contrarrestar la creciente influencia de China en Venezuela[2]. Además, China tiene importantes intereses en el sector petrolero de Venezuela y planea nuevas inversiones. La estrecha relación entre ambos países se caracteriza por la alineación ideológica y la oposición mutua a la influencia estadounidense. De hecho, Pekín ha criticado las acciones de EE.UU. por violar el derecho internacional y amenazar la paz y la seguridad regionales.

Así, la escalada de tensiones entre EE.UU. y Venezuela podría derivar en conflictos geopolíticos más amplios, que podrían afectar a las relaciones entre EE.UU. y China, incluida Taiwán, y a nivel mundial. Si los problemas empeoran, es posible que EE.UU. y China respeten mutuamente sus «zonas de influencia», lo que significaría que EE.UU. tendría el continente americano (y China dejaría a Venezuela en manos de EE.UU.), mientras que China tendría Asia del Este (y EE.UU. dejaría a Taiwán en manos de China).

Rusia

Venezuela y Rusia mantienen una estrecha alianza estratégica desde principios de la década de 2000, basada en su oposición común a la influencia de EE.UU. en América Latina. En el ámbito económico, Rusia ha concedido a Venezuela préstamos por valor de miles de millones, a cambio de bienes y suministros de petróleo con descuento. En el ámbito militar, Rusia ha sido un proveedor clave de armas y ha suministrado a Venezuela aviones de combate (por ejemplo, Su-30), tanques y sistemas de defensa aérea. Asimismo, ha llevado a cabo maniobras navales conjuntas en el Caribe para mostrar su capacidad de disuasión frente a una posible intervención occidental. Esta asociación se ha intensificado económicamente mediante empresas conjuntas en el sector energético (por ejemplo, la participación de Rosneft en los yacimientos petrolíferos venezolanos) y transferencias de tecnología.

En 2025, las relaciones bilaterales se han intensificado aún más. En mayo, el presidente ruso Vladímir Putin recibió a Maduro en Moscú, donde firmaron un acuerdo de asociación estratégica para ampliar la cooperación en materia de energía, defensa e infraestructuras (Reuters, 2025). En septiembre, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó un Tratado de Asociación Estratégica de diez años, que formaliza los esfuerzos conjuntos en materia de producción de defensa, tecnología y mecanismos financieros para eludir las sanciones occidentales (El País, 2025). El 7 de octubre, Maduro ratificó el acuerdo (Pravda, 2025). Todos estos acontecimientos reflejan el giro más amplio de Rusia hacia América Latina, con Venezuela como punto de apoyo clave para proyectar su poder en el continente americano.

Irán

Venezuela es el primer país latinoamericano que introdujo drones armados, desarrollados a lo largo de casi dos décadas de cooperación militar con Irán. En 2009, Venezuela contrató el ensamblaje de drones Mohajer-2 en las instalaciones de la «Compañía Anónima Venezolana de Industrias Militares» (CAVIM). Las primeras unidades Mohajer-2, conocidas localmente como «Arpía», se ensamblaron en 2009 y el primer UAV armado, el ANSU-100, se presentó en 2012. El ANSU-100 puede lanzar bombas guiadas de precisión y ha sido modernizado; el ANSU-200, introducido en 2022, cuenta con capacidades de sigilo y funcionalidad polivalente. La flota de drones de Venezuela se ha ampliado para incluir los drones iraníes Mohajer-6, los drones rusos Orlan-10 y la munición merodeadora Zamora V-1 (Army Recognition, 2025).

Necesidad de cautela por parte de EE.UU.

Aunque EE.UU. tiene una abrumadora superioridad tecnológica y convencional, la geografía de Venezuela, sus defensas asimétricas y sus alianzas internacionales podrían prolongar el conflicto, encarecerlo y reducir las ganancias estratégicas. Por ello, algunos analistas opinan que la Administración Trump debe ser muy cautelosa con los pasos que pretende dar de aquí en adelante, ya que una hipotética invasión terrestre de EE.UU. a Venezuela conllevaría peligros sustanciales en las dimensiones militar (The Conversation, 2025), geopolítica (Council on Foreign Relations, 2025), económica (PBS News Hour, 2025) y nacional del país norteamericano (YouGov, 2025).

[2] Venezuela ha recibido miles de millones de dólares en préstamos de China.

Conclusión

La crisis entre EE.UU. y Venezuela supone un punto de inflexión en las relaciones bilaterales, con un riesgo creciente de confrontación armada. Las operaciones estadounidenses contra embarcaciones venezolanas en el Caribe, justificadas como acciones antinarcóticos contra cárteles de la droga, han generado críticas por posibles violaciones del derecho internacional. Por su parte, Venezuela ha respondido con medidas defensivas como la declaración del estado de conmoción exterior y la movilización de las milicias.

La asimetría militar entre ambos países es evidente. EE.UU. cuenta con una superioridad tecnológica aplastante. Por el contrario, Venezuela depende de tácticas asimétricas, milicias y sistemas de defensa aérea rusos, lo que la sitúa en una posición de clara desventaja ante un posible enfrentamiento convencional. Sin embargo, el contexto geopolítico añade capas de complejidad a la crisis. China, como principal socio comercial de Venezuela, considera que las acciones de EE.UU. suponen una amenaza a sus intereses económicos, especialmente en el sector petrolero, mientras que la cooperación militar entre Venezuela e Irán suscita inquietudes acerca de la proliferación de estas tecnologías en América Latina. Una escalada mayor podría desencadenar un conflicto geopolítico más amplio, con implicaciones para las relaciones entre EE.UU. y China, e incluso para regiones como Taiwán, en un delicado juego de «zonas de influencia» que podría redefinir el equilibrio global.

Finalmente, la crisis se desarrolla en un contexto mundial de alta inestabilidad. A pesar de la estabilidad relativa de los precios del petróleo y de los mercados bursátiles, parece que el mundo subestima los riesgos de múltiples conflictos simultáneos, como los posibles entre Israel e Irán o entre China y Taiwán, además de los actuales, entre Rusia y Ucrania e Israel y Hamás. Para EE.UU., una intervención militar, especialmente una invasión terrestre, conllevaría riesgos sustanciales en los ámbitos militar, económico y político, tanto a nivel nacional como internacional. Por ello, la Administración Trump debe actuar con extrema cautela para evitar un conflicto prolongado que podría desestabilizar aún más la región y menoscabar los objetivos estratégicos de Washington.

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